lunes, 30 de abril de 2012

Sueño en un Aparcamiento


Bajaba las escaleras del centro comercial sin prisa. Me despedí de mis amigos con la mano, mientras con la otra me colocaba la corona de Barbie que me había tocado en el menú. La gente me miraba conforme iba  avanzando entre ellos, algunos incluso ponían muecas. Pero de momento no me importaba, me gustaba sentir que llamaba la atención.
 
Llegué a la planta baja, después de esquivar los carritos que transportaban unos chicos que se gastaban bromas. Anduve unos pasos hasta llegar a la esquina donde me había dicho mi madre que esperara. Me apoyé en la papelera, vigilante que no hubiera chicles furtivos, pues la camiseta que llamaba se la había birlado a mi madre. Desde ese punto se podía ver a todo el mundo que salía o entraba. Vi como dos de los chicos con los que habían quedado salían y ojeaban todo el aparcamiento. Me acerqué un poco para que me vieran y empezaron a reírse. Después me hicieron otra seña con la mano y se fueron. Me quedé a cuadros.
 
Entonces pasó a mi lado un padre con una niña. El hombre parecía no querer que su hija se acercase a mí, pero la pequeña se reía y me señalaba la cabeza. Caí en la cuenta de que aún llevaba la tiara de plástico rosa y me puse colorada hasta las orejas. Contemplaba como se iba el padre y la hija como con prisas. Justo pensaba que mi madre estaba tardando mucho cuando una voz me sorprendió por detrás.
 
-          ¿Por qué te la has quitado?
 
Me giré y vi a un chico apoyado en la fila de carritos, mirándome. Me quedé parada por un momento. Siempre que me hablaban personas desconocidas se me bloqueaba el disco duro. Especialmente si eran gente guapa como él. Tenía el pelo rubio y lo justo de largo. La piel morena y los ojos verdes intenso. Llevaba una camiseta de Coldplay y unos pantalones anchos de color verde oscuro. Estaba con los codos en los carritos y una pierna pegada a la fila. Pose de pasar de todo.
 
-          La gente empieza a mirarme raro – dije con una sonrisa nerviosa intentando que no se me subiesen los colores y me cubrieran toda la cara, como seguramente ya estaba pasando.
-          Yo creo que te queda bien – dijo dando un paso hacia mí.
-          ¿Ah, si? – cambiaba el peso de mi cuerpo de una pierna a la otra de la inquietud.
-          Pues si – siguió caminando hasta llegar a mí e hizo ademán de coger la coronita de mi mano -. ¿Puedo?
-          Claro – se la extendí y la cogió, yo sin saber todavía lo que pretendía.
 
La miró un momento y luego puso una media sonrisa mirándome a los ojos directamente. Era como unos diez centímetros más alto que yo. Sería de mi edad. Levantó la tiara y me la puso con suavidad. Luego su mano siguió acariciándome el pelo y mirándome con cariño. Me rozó el cuello y un escalofrío me recorrió la espalda de arriba abajo. Pareció darse cuenta porque su sonrisa se ensanchó un poco. En ese momento me pregunté si jo estaría jugando conmigo. Yo no tenía ninguna experiencia en esos casos. Nunca había besado a nadie ni había tenido novio. Al contrario que las otras niñas de mi curso, prefería esperar. Aparte ningún chico se me había acercado aún. Y los que lo hacían no me gustaban. El caso es que no sabía qué tenía que hacer así que me quedé quieta.
 
Acercó su cara un poco más a la mía. Contuve el aliento. Me puso la mano en la nuca y me atrajo hacía sí delicadamente. Yo tenía los ojos como platos y al darme cuenta de lo que iba a suceder intenté relajarme. Pero era imposible. Entrecerré los ojos cuando su nariz tocó la mía, como también hizo él. Algunos mechones de su cabello me acariciaban la cara. Mientras él seguía tocándome el pelo dulcemente. Pero el momento se acercaba.
 
Se inclinó un poco. Y allí, en un sitio mugriento y oloroso, lleno de gente y coches, me besó. Al principio sentí sus labios en los míos calientes, un poco húmedos. Al hacer más contacto cerré los ojos del todo y me dejé llevar por esa sensación. Por fuera estaba serena, pero por dentro un torbellino de emociones me nacía desde el corazón y me recorría  todo el cuerpo hasta los dedos de los pies y  las puntas del cabello.  Olía muy bien, bueno en ese momento todo me hubiera parecido maravilloso. Pero en algún momento habría que tomar aire.
 
Se separó de mí lentamente, y yo seguí con los ojos cerrados. Los abrí lentamente y me encontré con una dulce sonrisa que me hizo enrojecer, más de lo que ya estuviera. Me besó un la frente y empezó a alejarse.
 
-          Espera – le detuve, ante la sola de idea de que se fuera me horrorizaba -, ¿No me dices como te llamas?
-          Me llamo Aquiles – dijo - ¿y tú?
-          Yo soy California.
-          Es precioso, nos volveremos a ver, California.
 
Me lanzó un beso y se fue tal como había llegado, rapidísimo. En ese instante se paró a mi lado la furgoneta de mi madre. Abrí la puerta y subí a dentro. Su novio estaba hablando por teléfono así que mi madre me sonrió, me quitó la tiara y se la puso. No me atreví a decirle nada de lo ocurrido. No era de esa clase de niñas que se lo cuentan todo a sus madres. Era demasiado típico. Pero no podía disimular el hecho de que todavía tenía mariposas en el estómago.