martes, 29 de mayo de 2012

Ascensor Capitulo 2

-Ascensor-

Julia da un respingo cuando ve con quien va a tener que compartir un viaje en ascensor de tres pisos. Se da una colleja mental para despertarse y entre en el cubículo saludando con la cabeza al niño de los vecinos, que le devuelve el gesto, aunque también parece incómodo. Le pregunta si baja y ella responde que sí dándole al botón del 0 otra vez. Durante unos segundos de bajada se quedan los dos callados y quietos, él da pequeños golpecitos con el pie en el suelo y ella se muerdo el labio inferior.

¡Bum! De repente el ascensor da un sonoro golpe y se queda quieto. Los chicos se agarran a sus respectivas barandillas cuando notan como la caída se vuelve cada vez más rápida hasta que se vuelve a parar de golpe en un punto intermedio entre el piso 1 y 2. Las luces parpadean ligeramente y luego vuelven a encenderse. Julia se deja caer al suelo y se pone la mano en el corazón. Puede notar como late a mil por hora, siente un nudo en la garganta como un puño de la adrenalina. Intenta calmar su respiración pero le es casi imposible. A su lado, Ross no se encuentra mejor. Él no se ha sentado en el suelo, permanece de pie, solo que agarrado con fuerza a la barandilla aún. Se pasa una mano por el pelo y se pone recto respirando agitadamente. Nota el miedo que ha pasado en las venas, lo que hace que le cosquillee la piel. Mira al techo del ascensor, donde las luces de vez en cuando tintinean y luego la mira a ella.

Por un momento sus miradas se cruzan, pero los dos están demasiado aturdidos como para apartarlas. Ross vuelve a mirar al techo y descubre una trampilla. Se estira hasta poder poner sus palmas de las manos pegadas al techo y entonces intenta sacar la tapa de la salida. Nada. Nuevo intento, más desesperado si cabe. Julia se hace una coleta con su pelo largo y aparta un poco a su vecino para tirar ella, pero da el mismo resultado. Aunque saben que es inútil, y sin intercambiar palabras más que tacos siguen intentándolo hasta que caen los dos al suelo rendidos. Ross saca una botella de su mochila y después de darle un trago, se la pasa a Julia, que la coge agradecida.

-          Gracias – dice Julia pasándole de nuevo la botella al chico.
-          No hay de qué – Ross vuelve a dar un trago y guarda la botella otra vez -, ¿Cómo te llamas? – Julia lo mira extrañada -. Sé que suena raro ahora, pero me da que vamos a pasar mucho tiempo aquí y al menos me gustaría saberlo, ya que antes no he tenido la decencia de preguntártelo.
-          Nadie te culpa – la chica sonríe a pesar de la situación -. Me llamo Julia, ¿y tú?
-          Soy Ross, encantado – el chico le guiña un ojo.

Julia se sonroja ligeramente. Mientras su vecino registra su mochila en busca de algo, puede fijarse mejor en él. Tiene los ojos castaños oscuros y el pelo aún más rubio que visto desde la ventana de su piso. Lleva una camiseta de Capitán América y unos vaqueros normales grises. Como zapatos lleva unas zapatillas normales de Nike. Vuelve a sus ojos, hay algo en su mirada que le hace apartar la vista si se cruzan sus miradas. Este chico es especial, piensa sonrojándose un poco. Ross por fin termina de buscar en su bolsa, y al final saca un móvil. Es normal, de esos Nokia que no se rompen por muchas patadas que les, por muchas veces que se caiga al váter.

-          Vale – anuncia él -. Solo tengo tres contactos: Mi madre, Marcos y un chico del instituto. Solo puedo llamar a dos, esperemos que alguno funcione.
-          Cruzaré los dedos – dice Julia con una sonrisa.

Ross marca el número de su madre. Se escuchan tres pitidos y después el contestador automático salta, pero no quiere dejar ningún mensaje, sabe que su madre nunca lee los mensajes. Suelta un taco por lo bajo. Ahora viene lo más difícil. Llamar a Marcos. Le da al botoncito verde y se escuchan dos pitidos, finalmente la voz de su padrastro se pone.

-          Chico ahora no puedo hablar – es lo primero que dice.
-          ¡Espera Marcos…! – Ross se pone de pie en el ascensor -.
-          Lo siento chico …shhhhh… hay …shhhhh… interferencias …shhhhh… - de fondo se escuchan las risas de la pareja, seguro que piensan que es muy divertido.
-          ¡Dios ni se te ocurra…! – pero ya es tarde, ya han colgado. Vuelve a intentar llamara pero ha desconectado el móvil. Ross lanza el móvil contra el suelo con rabia y grita - ¡Serás capullo! – cuando se le pasa, vuelve a dejarse caer y se acaricia el pelo.
-          ¿Qué ha pasado? – Julia está ligeramente asustada.
-          Nada.
-          Oye… ese Marcos, ¿no es tu padre?
-          Que va, mi padre sigue en Inglaterra – le sonríe de forma traviesa - ¿tu crees que yo habría salido así de guapo y legal con ese orco de padre? – Julia le da una patada burlona para que se ponga serio – No, solo es mi padrastro.
-          ¿Le odias?
-          Claro – Ross sonríe con resignación – De verdad que no sabes lo que tengo que aguantar.
-          Al menos tu madre se pasa de vez en cuando por casa, los míos estás siempre trabajando. Se levantan muy temprano y vuelven muy tarde, hay días en que a veces ni los veo así que es como si viviera sola.
-          Pues no sé quien está peor. – se hace un extraño silencio, pero no es incómodo para ninguno de los dos, quizá solo necesario – pero, ¿eso ha sido siempre así?
-          No, solo desde que mi hermano se mudó.
-          ¿Tienes un hermano? – Ross no se lo cree, nunca ha visto a ningún chico en el edificio a parte de él y su vecina, todos son adultos.
-          Sí, pero con mis padres se llevaba como el pero y los gatos, así que se mudó.

En ese momento un sonido conocido empieza a sonar desde la mochila de Ross. Es una canción, inconscientemente los dos se ponen a cantarla a la vez. Es el MP3 del chico, con Misery de los Maroon 5.
 
I am in misery, there ain't no other
Who can comfort me
Why won't you answer me?
Your silence is slowly killing me

Los dos se ríen a la vez mientras el chico se dispone a sacar el trasto de su bolsa. Todavía les queda un rato allí dentro y va a ser mejor pasarlo con música.

Ascensor Capitulo 1


-3ºA-

Julia se despierta sobresaltada por el temblor característico de su boque, que está situado encima de un carril de metro especialmente brusco. Se yergue en la cama y se frota los ojos con las manos, hace años que no utiliza despertador. Se levanta con cuidado de no darse contra el techo, hundido en esa parte del cuarto por el hueco de la escalera. Vive en un tercero, el piso más alto de su edificio, más concretamente en el 3ºA. Es un lugar bastante cutre pero no está mal, hasta tiene ascensor, pero lo pusieron después de que la abuelita minusválida del segundo se lo exigiera al ayuntamiento. Ahora solo es otro temblor más, ya que la ancianita murió el año pasado.

Julia se dirige hacia su armario y se pone unos vaqueros de pitillo normales y la camiseta de The Sex Pistols de su hermano mayor. Se lava los dientes y se peina un poco. Cuando termina de abrocharse las converses azules se va al salón y se sienta en un sillón color Burdeos. Piensa que va a ser otro domingo solitario ya que sus padres trabajan constantemente y todos los días de la semana. Se asoma a la ventana que da al patio para tomar un poco de aire y se fija en la ventana de en frente. Siempre está abierta la ventana del 3ºB. Allí vive un chico de su edad con sus padres desde hace poco más de dos años. El 3ºB era igual que su casa en la arquitectura, solo que donde estaba el cuarto de Julia en el otro piso estaba la habitación de coladas. Lo sabía porque el día que llegaron, su madre fue a cotillear.

En ese momento pasa por la ventana el chico de los vecinos. Es rubio intenso, no como ella que tiene un rubio cenizo más apagado. Tiene los ojos grandes y una sonrisa perfecta. Mira como se prepara unos cereales y se da cuenta de que en realidad, nunca ha hablado con él. Va a un instituto privado en la alto de la colina y ella va a uno público cerca de la plaza. Pero ahora no le apetecía pensar en los estudios. Pega un brinco cuando el chico gira la  cabeza y la mira divertido. Se pone colorada y se aleja de la ventana a toda prisa. Va a su cuarto y después de estar un rato diciéndose lo tonta que es mira en la puerta y ve una mochila vieja con una nota: <<Julia, cuando te despiertes baja esto al contenedor del rellano, Te quiere, Mamá>>.

-3ºB-

Ross mira nervioso el techo de su habitación. Hace horas que está vestido, pero no tiene nada que hacer. No ha dormido en toda la noche y no sabe por qué. Pero está muy inquieto. Hace una vista panorámica de su cuarto: una mesa de escritorio con un montón de papeles rayados de grafito, una pared llena de pósters de Maroon 5, un armario con toda la ropa desordenada y una cama con sábanas de Los Vengadores. Sí, es muy aficionado a los súper héroes, pero lejos de avergonzarse, se siente orgulloso de su colección de Superman o Batman.

Se levanta de un salto y va hacia la cocina. En la mesa ve un papelito adhesivo rosa chillón con la letra garabateada de su padrastro, Marcos. ¿Qué querrá ahora ese impresentable? Realmente no le cae nada bien ese hombre. No solo se habían mudado a España por su culpa, sino que trata a su madre como si estuvieran solos, únicamente con el fin de molestarle a él. Y sí, le molesta. Le cae muy mal. El posit dice: <<Chico, me llevo a tu madre un par de horas para estar solos, pórtate bien y no toques mis cosas, Marcos>>. Ross aún puede escuchar la irritante risa de la persona en la que ese señor ha convertido a su madre. Pero no piensa quedarse parado.

Coge su mochila del instituto y vacía los libros encima de la cama. Vuelve a la cocina y se para un momento en la ventana que da al patio. La chica de los vecinos lo está mirando. Pasan unos segundo en los que la chica está en la luna de Valencia y luego reacciona y se pone colorada. Ross sonríe ante la situación, le parece muy divertida. Ya sabe el efecto que causa en las chicas de aquí, un rubio inglés entre un montón de morenos mediterráneos. Lejos de subírsele a la cabeza, se lo toma a broma. No le gustan las chicas españolas, le parecían muy simples, no más que las inglesas pero casi. Y ahora además les había dado por escuchar esa horrible música latina ordinaria. Se repelía aún más.

La vecina iba al instituto público, seguro que era como las otras. Sin embargo algo en su mirada le hace replanteárselo cada vez que la ve, también ayuda haberla visto con camisetas rockeras, pero seguro que ni sabe a quien lleva escrito. Igualmente no quiere juzgarla antes de haber hablado nunca con ella. Sin quitarse ese tema de la cabeza abre la mochila y la llena de bolsas de patatas y todas las porquerías de ese estilo que encuentra, hoy va a darse a la buena vida.

Cuando termina, se despide de la casa y sale cerrando la puerta con llave. Se queda parado un momento en frente de la puerta del ascensor y recuerda las palabras de su madre: <<nunca uses ese trasto, Ross, cualquier día se parará y te quedarás encerrado>>. Ross se queda quieto unos segundos, luego se encoge de hombres y entre en el cubículo de un metro y medio cuadrado, <<seguro que por una vez no pasa nada…>>. Le da al botón del piso de recepción y espera viendo como las puertas se cierran. Cuando queda poco más de cinco centímetros, una mano se interpone y hace que las puertas vuelvan a abrirse. Conforme van dejando más espacio, puede encontrarse con la incómoda mirada de la chica de los vecinos.

jueves, 10 de mayo de 2012

Los Juegos Del Hambre Fan Fic 2


CAPITULO 2:

Después de que termine oficialmente la ceremonia me llevan a una sala en un edificio en el que no había estado nunca antes. Me encierran en una habitación y observo la estancia. Sillones lujosos de terciopelo rojo brillante, una única ventana con barrotes con marco tallado en una especie de imitación de oro… Todo muy fashion. Levo un rato esperando, pero no me preocupa, porque sé muy bien donde estoy. Esta es la sala donde las víctimas de los juegos esperan a que sus familiares acudan a despedirse. No es la primera vez que caigo en que no tengo seres queridos desde hace casi una década, desde el ‘’accidente’’. Pero ahora no me apetecía pensar en eso.

A lo largo de la media hora que dejan para abrazos y lloriqueos solo aparece la directora del orfanato para darme un discurso nada apetecible sobre lo inolvidable que sería si yo ganara los juegos. No le presto mucha atención, y ella se da cuenta, pero a pesar de todo eso, sigue hablando. Apostaría mis dos pies a que solo ha venido porque la alcaldesa le ha dicho que le dará buena reputación. Además no se queda callada para evitar el silencio. Tampoco me mira a la cara, a pesar de que a veces tengo la dignidad de dirigirle mis ojos, sin una pizca de miedo.

Se va y casi al segundo unos guardias me llevan hasta el tren. Nunca he visto uno, pero creo que son guardianes de la Paz, intento no mirarlos mucho. Al entrar en el vagón me quedo de piedra. Por que ese vagón insignificante es mucho más que la habitación de antes, pero seguro que tampoco es nada comparada con el resto del Capitolio. Aprieto los dientes con rabia y recorro el tren explorando hasta la cocina y mi dormitorio. Mi dormitorio. Entro y abro el armario. Creo que todo lo que hay es lo más horrible que he visto nunca. Toda la ropa es igual que la llevaba Thomas en la cosecha.

Vuelvo al vagón comedor y encuentro a Zaisel, la única persona  viva de nuestro distrito que ha ganado los juegos. Antes había otra mujer, pero en la arena enfermó de los pulmones y a los poco años murió. Zaisel, mirando por la ventana con gesto cansado, mira la televisión desde la mesa. Parece mucho mayor de lo que en realidad es. ¿Cuánto podría tener? ¿Treinta años? Seguro que no muchos más.

-          Siéntate – me señala la pulcra mesa – Thomas y  Zatch llegarán en seguida.

Zatch. Así que así se llama el chico de ojos castaños. La verdad es que le pegaba más otro nombre, algo más moderno. Aunque para nombres antiguos el mío, Iron. Significa acero o metal. Siempre he pensado que me viene como anillo al dedo y, aunque sé que no es nombre de chica eso solo hace que me guste más. En ese instante las dos figuras que esperamos aparecen en el vagón y se sientan a la mesa.

Me dispongo a sacar un buen tema de conversación cuando unas personas extrañamente vestidas nos sirven la comida. Hay al menos cinco platos por cabeza y todos ellos tienen una pinta que atraen. Creo que por muy privilegiado que pueda ser Zatch en nuestro distrito, ninguno de los dos hemos visto tanta comida junta, así que nos lanzamos como chacales. Mientras, Thomas habla mucho, todo sobre sí mismo, creo que quiere que lo sepamos todo de él. Incluso una vez hace un comentario sobre nosotros, para referirse a nuestros toscos modales, pero pasamos de él.

Cuando creo que ya no puedo comer más me recuesto en la silla y suspiro, al igual que mi otro tributo. Ese es el momento que Thomas elige para ponerse a hablar de los juegos y de las tácticas que van a usar con nosotros. Pero no puedo estar muy atenta, porque de repente me empieza a doler la barriga, y cada vez más. Me levanto de golpe con la primera arcada y tiro la silla al suelo, pero ahora esa no es la prioridad. Voy sprintando a mi cuarto y me meto en el baño. Me precipito a la taza y me dejo llevar.

¿Cuánto habré echado? ¿Es posible que lo haya vomitado todo? ¿Qué le habrán puesto a la comida? No, seguro que no le han puesto nada. Ellos no quieren matarme, todavía. Seguramente se deba a mi poca costumbre de comer tanto a la vez. Pero estoy segura de una cosa, no vuelvo a con tanto ímpetu nunca más. El caso es que ahora estoy tirada en el suelo del baño después de haberme limpiado la boca con entusiasmo y no me quedan fuerzas para moverme. Permanezco allí sentada y entonces veo como alguien entra en mi cuarto. No le paso desapercibida a Zatch, pero él tampoco tiene buena cara.

-          ¿Tú también has devuelto? – le digo, a lo que asiente con un gesto de cabeza.
-          Es difícil no hacerlo – se sienta en la cama y pone una mueca de cansancio – Oye, ¿Qué piensas tú de todo esto? De los juegos y de que te hayan elegido.
-          Lo que yo pienso es que es una putada – le digo amarrándome a la taza del vater para erguirme un poco, pero en seguida me dan más arcadas y tengo que volver a echarme -. No me han elegido, me he presentado voluntaria, y si te digo la verdad no se por qué lo he hecho. El caso es que ya es tarde, y ahora que estoy a qui voy a intentar buscar el punto débil del Capitolio y a meter el dedo en la llaga. ¿Tú tienes miedo?
-          No voy a negarlo – dice él cerrando los ojos – estoy completamente cagado. No sé usar un arma y cada año rezo para que no me elijan, y a pesar de que mi padre me prohíbe coger teselas todos los años, ha pasado. Y sé que no tengo ninguna posibilidad de ganar.
-          Podrías escapar – digo en un susurro bastante audible.
-          ¿Escapar, qué dices?
-          No es  verdad, es una idea estúpida – nos quedamos un momento en silencio -. Vete a tu cuarto, hay que descansar, mañana llegamos al Capitolio y va a ser agotador.

Él asiente con la cabeza y se va cerrando la puerta. Me pongo de pie y me quito los pantalones, los pendientes y el sujetador y con lo que me queda me voy a dormir. Apago la luz y cierro los ojos. Pero no se va de mi cabeza la idea de escapar, de burlar al Capitolio. Así comienzo a imaginar en mi cabeza un plan fantástico. Pero claro, solo son fantasías, por ahora.

Llevo un apenas unos minutos aquí y ya quiero irme. Me desperté hace poco, me asomé al comedor y vi que no había nadie. Iba tan tranquila por los pasillos cuando una sombra histérica me secuestró, y me llevó a un sitio maligno. Vale, estoy exagerando, pero de verdad que es uy horrible depilarse. Y más si se trata de una estilista perfeccionista de cojones. Y además odio tener que quedarme desnuda aquí sin hacer nada más que ser observada. Menos que no hay ningún hombre porque si no sería peor.

Sí, ya he tenido la oportunidad de conocer a mi estilista. Se llama Palmine. Lleva el pelo afro y verde, a juego con su ropa. La cara pintada como si fuera una muñequita de esas japonesas antiguas y muchos anillos y pulseras. Y no es nada amable. Está todo el tiempo haciendo comentarios nada apropiados sobre lo sucio o primitivo que es mi distrito. Y yo me estoy  conteniendo para no soltarle una leche. Pero es difícil. Ahora me lleva a otra sala y me enseña vestidos horribles uno tras otro. Y yo los rechazo, uno tras otro.

-          ¿Cómo puede ser que no te guste ninguno? – me pregunta irritada.
-          ¿Cómo le va a gustar alguno? Son todo repugnantes – dice una voz y acto seguido aparece otra chica en la sala. Tiene cierto parecido con Palmine aunque ella no va atan pintada y lleva el pelo liso normal, solo que rosa.
-          ¡Cállate, esta me toca a mí! – le dice Palmine.
-          Hermanita, es trabajo de las dos, con todos los tributos haces lo mismo.
-          ¿Hermanas? – pregunto yo flipándolo en colores -. No os parecéis en nada.
-          Ya lo sé – dicen las dos a la vez.
-          Bueno creo que ya se lo que vamos a hacer contigo – me dice la hermana de Palmine -. ¿Te suena el estilo de princesa del rock?

Casi me caigo al suelo. A partir de ese momento la nueva chica, que he descubierto que se llama Bobby. Este estilo me confunde más cuanto más me lo aplican. Por una parte me gusta, por el tema que han elegido, es bastante bueno y antiguo así que no creo que ningún otro distrito lo use. Además tiene cadenas y esas cosas que tanto me gustan. Espero que me dejen llevar los piercings. Qué coño, los llevaré igual. Y no me gusta porque lleva ese toque inevitable del Capitolio. Esa luminiscencia rara que se enciende en todas estas personas monstruosas que cambian el color de su piel y se ponen pelucas que le hagan la cabeza más grande aún de lo que es. De hecho pretendían ponerme una de esas, pero les he dejado claro que antes me suicido.  

Hacemos una pausa para comer y luego empiezan a prepararme en serio. Ya han decidido como voy a ir así que ya solo tienen que arreglarme a la perfección. Veo la cara de concentración de las dos hermanas. Po lo que me he enterado en la conversación de antes, Palmine en dos años mayor pero se quita tantos años de encima que siempre dice que la mayor es su hermana. Bobby me cae bien, al contrario que se hermana. Me cuenta que intentó luchar contra el poder del Capitolio pero que al final tuvo que alterarse algo de su cuerpo, y fue el pelo.

Me dan la vuelta y dejan que me mire al espejo después del maquillaje y el vestuario. Al principio ni siquiera me reconozco. En la cabeza lleva mi coleta alta torcida de siempre, solo que me han hecho mechas rosas y negras y me han puesto un lazo medio roto a propósito. Llevo mis piercing, todos, me los han dejado. Me han enfundado un vestido que es ceñido hasta la altura de las costillas y luego se convierte en una falda pomposa rota y con parches de muchos colores, y varias cadenitas en la falda. Chapas y tachuelas adornan la única tiranta del vestido, que hace que sea desigual. Guantes de cuadros como un tablero de ajedrez y media de rayas blancas y rosas. El vestido lleva muchos colores y negro. Y unos pedazo de zapatos con una plataforma de quince centímetros.

En el maquillaje se han pasado un poco. Me han puesto tanto negro en los ojos que quedan como si de verdad fuera una cantante modernista. Purpurina alrededor del negro y unas estrellitas rodeando la purpurina. Loa labios brillantes rosas claro y el piercing de la nariz ahora es de oro. Creo que definitivamente me gusta. Me dispongo a decírselo a mis estilistas cuando me arrastran a fuera, porque dicen que va a empezar el desfile. Cuánto tiempo llevo ahí dentro?

lunes, 7 de mayo de 2012

Fat Bottomed Girls by Queen

Are you gonna take me home tonight?
Oh, down beside that red firelight;
Are you gonna let it all hang out?
Fat bottomed girls,
You make the rockin' world go round.

Hey 
I was just a skinny lad
Never knew no good from bad,
But I knew life before I left my nursery,
Left alone with big fat Fanny,
She was such a naughty nanny!
Hey big woman you made a bad boy out of me!
Hey hey!

I've been singing with my band
Across the water, across the land,
I seen ev'ry blue eyed floozy on the way, hey
But their beauty and their style
Went kind of smooth after a while.
Take me to them lardy ladies every time!

(C'mon) 
Oh won't you take me home tonight?
Oh down beside your red firelight,
Oh and you give it all you got
Fat bottomed girls you make the rockin' world go round
Fat bottomed girls you make the rockin' world go round

Hey listen here,
Now I got mortgages on homes
I got stiffness in my bones
Ain't no beauty queens in this locality. (I tell ya!)
Oh, but I still get my pleasure
Still got my greatest treasure.
Heap big woman you done made a big man of me!
Now get this!

Oh, (i know) you gonna take me home tonight (please)
Oh, down beside that red firelight
Oh, you gonna let it all hang out
Fat bottomed girls you make the rockin' world go round 
Fat bottomed girls you make the rockin' world go round
GET ON YOUR BIKES AND RIDE!

Oooh yeah oh yeah them fat bottomed girls
Fat bottomed girls
Yeah, yeah, yeah,
all right
ride 'em cowboy
Fat bottomed girls
Yes yes

Los Juegos Del Hambre FanFic 1


CAPITULO 1:

Abro los ojos y encuentro el mismo panorama de siempre. Unas paredes grises, una cama con las sábanas a juego, un armario incrustado en la pared, una puerta con pestillos que fabrico yo misma y una mesa de escritorio con cientos de nombres rayados a golpe de compás. Me desperezo estirando los brazos y me restriego los puños en los ojos para quitarme las legañas. Miro el reloj de la pared. Son las siete de la mañana. Tardo un segundo en darme cuenta de qué día es y cuando lo recuerdo me doy un cabezazo contra la pared a propósito.

Es el día de la cosecha. No me fastidia por si me eligen, que va. Me fastidia porque hoy todo el mundo suele estar especialmente sensible. A muchos les tiembla el pulso, especialmente aquí, en el orfanato. Donde todos los que saben que pueden ser elegidos se revuelven de miedo, al saber que no hay nadie allí fuera que pueda presentarse voluntario en su lugar. A mis dieciséis años, mi nombre solo enta cuatro veces en la urna. No pido teselas, pues se supone que en este antro nos alimentan, pero la bazofia que nos dan no se puede llamar comida. No me preocupa el ser elegida. Se pelear. Manejo bien los cuchillos, las espadas y el arco no se me da mal. Pero mi arma preferida es el hacha. La llevo usando desde hace cuatro años. Me gusta poder descargar mi furia con ella.

Me levanto perezosamente y me quito mi camiseta tres tallas grande, que uso para dormir. Abro el armario y mis pocas prendas me saludan. Miro los pantalones de color verde militar y opto por ellos, son cómodos y tienen bolsillos. Me los pongo y les engancho mis tirantes negros. Normalmente los llevo sueltos, pero necesito tenerlos a mano porque me sirven de tirachinas. Luego cojo la camiseta negra con el símbolo de la Anarquía con las mangas rotas. Pinté ese mensaje hace dos años, cuando empecé a ser consciente de verdad de lo que era el Capitolio. Me calzo mis botas hasta las rodillas a la que he añadido algunas correas y tachuelas.

Cuando me ato la camiseta al costado, me doy la vuelta y me siento en la silla del escritorio. Abro el primer cajón y saco un espejo que mangué hace tiempo a la directora. Lo coloco sobre la mesa y empiezo a colocarme los pendientes. Unos cuantos en cada oreja y uno que me gusta de verdad que une el de  la oreja con el de la nariz con una cadenita de acero. Me coloco el del ombligo y la costura del brazo. El imperdible de la oreja izquierda no me lo pongo, últimamente me molesta. Me cuelgo el colgante de las placas y creo que ya estoy lista para salir. Me hecho un último vistazo en el espejo para mirar mis tatuajes y entonces me dirijo hacia la puerta.

Quito los cerrojos y abro cautelosamente la plataforma de metal que me encarcela. Normalmente no se permiten poner pestillos pero paso de que los guardias entren cuando les venga en gana. La cierro con cuidado y avanzo por los pasillos como un lince. Llego hasta la puerta de entrada y fuerzo la cerradura en silencio. Es tan temprano que no hay nadie vigilando fuera. Me paseo por el patio y cuando llego a la valla del recinto la salto sin problemas. Caigo con un golpe sordo en el suelo y miro a mí al rededor por si me ha visto alguien. Nadie, sonrío.

Empiezo a andar por una calle que me lleva directamente a la plaza de la ciudad. El distrito nueve no es gran cosa, pero me gusta, porque pasa desapercibido. Es el cual del que menos se sabe. En los juegos nadie se fija en nosotros, los protagonistas son los de los distritos que le lamen el culo al Capitolio. Me dan asco. No estaría de más que ganara alguien que no fuera alguno de ellos. Cada año, retransmiten en la cantina del orfanato los juegos y cada año se ven morir los primeros a los distritos menores. Casi todos en la Cornucopia.

Avanzo entre la gente y casi nadie me presta atención. Ya casi todos se han acostumbrado a que me escape con frecuencia. Algunos incluso me saludan. Cojo una manzana de un puesto, cuando la tendera se da la vuelta para coquetear con el panadero y sigo andando. Empiezo a bailar la melodía que imagino en la cabeza cuando me doy cuenta de unos chicos me miran. Son de la escuela. Saben quien soy, pues ya les han advertido sobre mí y sobre lo que hice hace años. Veo en sus ojos una mezcla de envidia, desprecio y de lástima. Supongo que la envidia se debe a que soy más suficiente que ellos. Que me desprecien me da la misma rabia que que sientan lástima. ¡No soy un perrito abandonado! Pero ya hace tiempo que aprendí a controlar mi ira, así que les lanzo un guiño y sigo bailando.

Pero antes me fijo concretamente en uno de ellos. Es de pelo moreno y un poco largo, la piel es como café con leche. Sus ojos no me miran de ninguna de las formas de sus amigos, simplemente observan. Aparta la mirada con timidez al ver que yo le estoy mirando también. Se acaricia las manos con nerviosismo mientras finge interesarse por la conversación de sus amigos, que seguramente está basada en mi, porque no paran de lanzarme vistazos venenosos. Me concentro más en ese chico y caigo en que era mi vecino cuando era pequeña y todavía vivía con mis padres. Debíamos tener la misma edad pero nunca habíamos hablado. De todas formas fui al orfanato con solo siete años y ahora los dos tenemos dieciséis, año arriba año abajo.

Estoy tan concentrada en chequear al chico que no caigo en que dos de los guardias gorilas del orfanato acaban de aparecer por una esquina.

-          ¡Ahí está! – grita uno señalándome y comienzan a andar hacia mí lentamente.
-          Oh, vamos, chicos, es el día de la cosecha, ¿no me dejáis ni un respiro? – digo retrocediendo a la misma velocidad que mis perseguidores.
-          Eso deberíamos decirlo nosotros, preciosa – dice el que todavía no había abierto la boca -. Tienes que escaparte todos los días ¿verdad?
-          Es que me hace sentir viva – les respondo mientras me río yo sola, me doy la vuelta rápidamente para huir como había planeado y me choco contra otros dos gorilas, me han acorralado - ¡Mierda!

Miro hacia ambos lados para buscar una nueva salida pero no hay ni posibilidades ni tiempo como para que pueda hacer algo. Veo que toda la calle está pendiente del espectáculo, incluido el grupito de chicos de la escuela. Uno de los gorilas me agarra de los brazos y otro de las piernas, levantándome a un metro del suelo. Me revuelto gruñendo, pero ni con eso consigo deshacerme de ellos.

-          ¡Soltadme imbéciles! – les grito inútilmente - ¡No soy un ciervo al que acabéis de cazar!
-          Venga, chavala, estate quieta – uno de ellos sonrió de forma que me dieron ganas de vomitar -. Vamos a ponernos guapas para la ceremonia ¿hace?

Le escupo en la cara para demostrarle lo mucho que me apetece. Él se lo limpia con una mueca burlona y eso me hace enfadar todavía más. Porque él ha ganado esta vez. Me llevan de vuelta al orfanato, donde me encierran en mi habitación hasta la hora de la ceremonia. Después de estar un rato aporreando la puerta y viendo todas las formas posibles de escapar, me fijo en la ventana. Puede ser que… me asomo y abro el cristal. No, hay barrotes, seguramente los pusieron hace poco, aun que ya casi no uso la ventana para escapar.

Entonces mis ojos se van a la cama, donde hay una cosa preocupante. Me acerco y la cojo para ver que es real y entonces aprieto los dientes con rabia. Un vestido. Un vestido rosa de flores por todas partes. Salto hasta la puerta y comienzo a golpearla con  más fuerza que antes.

-          ¡No pienso ponerme esta mierda! – les grito a los gorilas que sé que han puesto allí para vigilarme - ¿¡Me oís, cerebritos!? ¡Os haré unas bragas preciosas si queréis, pero no pienso ponérmelo!

Al no obtener respuesta me siento en la cama y comienzo a romperlo en muchos pedazos, tantos como puedo. Tienen más fe que un cura si creen que van a hacer que me lo ponga. Una vez que ya compruebo que no lo puedo dejar peor, me quedo quieta mirando el reloj y esperando a que sea la hora. Justo cuando la aguja marca las dos, los gorilas me abren la puerta y empiezan a escoltarme hasta el lugar. Mejor dicho, escoltan a la gente de mí.

Paso todos los controles de sacarse sangre y por fin estoy en la explanada frente al escenario con el resto de los chicos y chicas de edades permitidas. De una de las puertecitas del escenario salen tres personas. Un hombre de vivos colores y maquillaje notables, que seguro que viene del Capitolio, otro hombre un poco más alto y de pelo medio pelirrojo medio canoso, él es el único de nuestro distrito que alguna vez a ganado los juegos, y por último la alcaldesa. Los tres se colocan en las sillas que hay en el escenario y el hombre del Capitolio se levanta. Es delgado como una pluma y lleva un sombrero que exagera su cabeza por tres veces. Ropas coloridas, sonrisa falsa y rock ‘n’ roll. Puaj.

-          ¡Hola, distrito nueve! – saluda el hombre haciendo muchos aspavientos, empieza a soltar una parrafada sobre el honor y todos esos rollos, y entonces llega lo importante -. ¡Y ahora veremos qué muchachita encantadora nos representará en los juegos! – mete la mano en la urna gigante de la derecha y saca un papel, se toma su tiempo en desenrollarlo y entonces dice-. ¡Marceline Williams! 

No soy yo, es la chica a mi lado. En cuanto dicen su nombre da un respingo y se pone a chillar y a gritar. Su madre y su hermano intentan lanzarse hasta la explanada para salvar a Marceline, que se ha hecho un ovillo lloroso y gritón en el suelo. Dios, que pesada, me duelen los tímpanos. Unos hombres intentan llevársela por la fuerza, y los gritos de sufrimiento continúan. Aprieto los dientes y me clavo las uñas en la palma de la mano mientras la estúpida niña sigue chillando como si estuviera poseída. No aguanto más.

-          ¡Que se calle, me ofrezco voluntaria, pero que se calle!

Tardo unos segundos en darme cuenta de que es mi voz la que ha hablado y de que es mi mano la que está levantada. Durante unos segundos todo el mundo se queda en silencio y ningún movimiento se palpa en los al rededores. Los guardias han soltado a la niña y todo el mundo está perplejo. Empiezo a caminar hasta el escenario, sin saber muy bien todavía lo que acaba de pasar. Subo las escaleritas y llego al lado de extraño hombre que antes ha dicho llamarse Thomas Ferguson. Él sigue hablando pero yo no me doy cuenta de lo que pasa. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Me he presentado voluntaria? Veo mi cara en todas las pantallas. Y entonces dicen el nombre de otro chico. Todas las cabezas se vuelven hacia él, que niega lentamente con la cabeza. La multitud se divide para hacerle un pasillo como un segundo antes habían hecho conmigo. Es el chico de la plaza, mi antiguo vecino.

El chico parece confuso, pero camina firmemente como si no quisiera darse por vencido y se coloca al otro lado de Thomas. El hombre del capitolio nos da unas palmadas en la espalda y pide un aplauso que nunca llega. La gente sabe que aplaudirnos no es la solución para que salgamos vivos del baño de sangre. Thomas insiste en que nos demos la mano mientras él dice la irritante frase de todos los años.

-          ¡Felices Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre y que la Suerte esté siempre de vuestra parte!

martes, 1 de mayo de 2012

La alargada sombra del amor

¿Hace demasiado frío allí arriba donde estas? Dime: ¿sabes que hay flores que adornan tu cielo? ¿Sabes que tendremos que cortar el árbol que tanto te gustaba? ¿Y sabes que el viento agita los postigos de la cocina y sacude tu sombra sobre el embolsado?

Ahora que siempre es de noche para ti.

Todavía recibes cartas, las dejamos encima de tu ropa, que sigue doblada. Si quieres puedo enviarte un trocito de España, una buena botella de champán y dos o tres libros. Sé que podrás disfrutar de mis regalos ahora que los médicos te han dejado en paz con sus tubos en la nariz y en la tripa y ya no tienes que forzarte a comer ni a coger el teléfono.

Ahora que siempre es de noche para ti.

¿Has ido a esconderte bajo una piedra, en una fuente de tartas, en un recién nacido, en una tela, en una huevo, en un bordado? ¿Y qué puedes decirme ahora que siempre es de noche?

Dime, ¿te sientes mejor? Dime, ¿es ligero como una burbuja eso de dejar tu cuerpo ahí, igual que una prenda estropeada que ya no puedes ponerte? Se acabó ese peso que aplastaba tu sonrisa, que aplastaba tu vientre, que te aplastaba. ¿Pudiste escapar?  Con tu sonrisa doblada y guardada en el bolsillo ahora que siempre es de noche para ti.

La alargada sombra del amor, Mathias Malzieu.

Billy Harper


Billy Harper tenía tatuada la cara de la muerte en el dorso de la mano izquierda: una calavera sonriente grabada en la correosa piel. Aquella era la mano que empleaba para matar, o eso decía él, y fuera cierto o fuera falso, aquella mano colmaba de miedo los corazones de los más jóvenes en la tripulación del Lion, y hasta el más pintado prefería evitarla.

Harper no tenía un aspecto especialmente temible: contaba apenas dieciséis años de edad, no era muy alto ni muy fornido y no había en su figura nada que, visto desde cierta distancia, pudiese inspirar temor. Sin embargo, la mirada lobuna y penetrante de los ojos, que pocos podían mantener, hacía que hasta quienes le doblaban en edad se cuidaran de acercársele demasiado. Hay sujetos de los que emana un aroma de peligro que los sabios conocen y evitan y los necios persiguen embobados; tal era el aroma de Billy Harper.

A pesar de su corta edad, era un gran bebedor y tenía un carácter impredecible, tan variable como el golfo de Vizcaya, e igual de tormentoso. En un abrir y cerrar de ojos, podía pasar de reírse y bromear a arremeter contra el infeliz que tuviera la desgracia de estar más cerca.

La poca sensibilidad que poseía se la reservaba, por lo visto, a Brea, el negrísimo gato del barco. Extrañaba ver a un joven como él, tan lleno de furia y sombra, con el gato en el regazo, prodigándole de caricias y alimentándolo con parte de su propia ración de comida. El animal por su parte, le destinaba a Harper la misma fidelidad y, sin dejar de maullar y ronronear, le seguía los pasos allí donde fuera. 

Cuentos de Terror del Barco Negro, Chris Priestley, BREA