sábado, 30 de junio de 2012

Cuatro Billetes Manchados de Sangre 2


Furgoneta del grupo – Royal Street, Brooklyn (por la noche).
Conforme más se acercaba el vehículo a la esquina de la zapatería, más se dibujaba la figura de Suzu. Estaba apoyado en una farola y fumaba tranquilamente. Tenía el pelo teñido de lila despeinado y las ropas descolocadas. Una bolsa gastada descansaba plácidamente a su lado. Suzu siempre había sido un chico difícil. Por lo que se sabía, sus padres lo habían tenido metido en distintos internados a lo largo de toda su vida, mientras ellos se iban de viaje por el mundo. Desde siempre había sido muy anti-social, no hacía amigos. Sus profesores decían que se pasaba todo el tiempo mirando a los demás, observándolos. Sin embargo, nunca se acercaba a nadie. Creían que su problema era falta de afecto.

Pero no era así. Él simplemente era complicado. A los doce años se escapó por primera vez y tardaron una semana en encontrarlo. Se había puesto a trabajar de camarero en un pub de las calles más turbias y no se pudo hallar al responsable de haberlo contratado allí. A los catorce se echó al tabaco y a la peleas. A la mínima le soltaba un guantazo a alguien. Pero no importaba cuantas veces se le castigara o incluso se le encerrara, porque volvería a escaparse y a batirse con otros estudiantes. A los dieciséis años lo llevaron a un público normal y dejaron que viviese a su aire en un piso que sus padres le pagaban. Allí conoció a Robbie. Era un chaval normal, ni bueno ni malo, pero en seguida le dio buenas vibraciones. Quedaban para escuchar música, se pasaban cómics y los dos empezaron a interesarse por sus respectivos instrumentos por aquella época. Cuando terminaron el bachillerato y se graduaron, decidieron formar una banda.

Deuce tenía dos años menos cuando Suzu lo contrató para que le limpiara la casa. Solo era un adolescente más que necesitaba dinero o eso creía él. Hasta esa noche en la que le contó que acababa de dejar el instituto y que se había peleado con sus padres. El anfitrión le dijo que podría quedarse todo el tiempo que quisiera. Deuce no tardó que enseñarle su batería y demostrarle su habilidad. A Robbie y a Suzu les interesó en seguida. Unos años después de búsqueda, decidieron poner carteles para cualquier voz que estuviera interesado en participar en su proyecto y así llegó July.

Y esa era la historia del misterioso teclado del grupo llamado Cuatro Billetes Manchados de Sangre. Aquel chico que miraba la calle oscura con expresión curiosa en sus ojos grandes como zafiros azules, adornados con sus larguísimas pestañas que cualquiera habría envidiado. No era lo que se dice guapo pero había algo tan atrayente en él… Todas las chicas le adoraban, incluso cuando él las rechazaba. Era borde con casi todo el mundo, pero los que le conocían bien podían ver a través de esa carcasa de seriedad y niebla. Podían ver su auténtica sonrisa. Y cuando una chica la descubriera se enamoraría de verdad de él.

La furgoneta con el nombre del grupo garabateado en spray se paró frente a él para que pudiera subir. Cuando los vio, cogió su bolsa por el asa y se dirigió con tranquilidad a la puerta del coche. La abrió y se dejó caer en el asiento del copiloto, al lado de Deuce, que conducía.

-          ¿Dónde acabaste anoche, Casanova? – le preguntó July desde atrás con una mueca burlona.

La chica estaba medio recostada contra la pared y apoyaba las piernas en el regazo de Robbie, al que no parecía importarle esa posición. Acariciaba desinteresadamente la pierna de ésta mientras ojeaba una revista de ropa que había encontrado en el hueco de la puerta. Solo despegó la vista de su lectura para saludar a su amigo y hacerle un gesto de cabeza. Cuando Suzu hubo cerrado la puerta, continuaron la marcha.

-          Es cierto – apuntó Deuce – no volviste al piso después de lo del Dumort.
-          Bueno – Suzu echó la colilla sobrante del cigarro por la ventana y sonrió con suficiencia -. Yo estaba un poco ciego cuando dieron las tres de la noche. No podía volver en la furgo, puesto que vosotros aún estabais dándole a la fiesta. Así que me fui con la pesada que había estado toda la noche dándome el coñazo. Pero no os confundáis – añadió al ver las miradas cómplices de sus compañeros de la parte de atrás del coche -. No pasó nada de eso.
-          ¿Y entonces? – preguntó Deuce sin apartar los ojos color miel de la calzada.
-          Pues llegué allí y usé el truco de Barney Stinson. Me hice el dormido en el sofá.
-          ¿Y no te echó de su casa?
-          ¿Por qué iba a hacerlo? Los dos salimos ganando. Esa pobre diabla puede chulear delante de sus amigas de que un chico ha pasado la noche en su casa y yo tuve un sofá súper cómodo donde pasar la noche calentito y con buenos cuidados. Aun que no fuera lo que ella esperaba en un principio.

Deuce dio una última volantada para aparcar el coche y quitó la llave. July asomó la cabeza por la ventana. El cielo ya estaba completamente negro y se veían las estrellas mejor que en cualquier calle. Al bajar del coche, advirtió que lo que sus botas tocaban no era asfalto. Era arena, estaban en la playa. Cerca de la orilla había una pequeña hoguera con un corro de gente alrededor. A lo mejor eran quince personas las que estaban calentándose tontamente a pesar del calor que hacía de Junio. Desde allí, July pudo distinguir a Jack y a su hermana, Lydia.

-          ¿Era una fiesta en la playa? – preguntó Robbie cerrando la puerta tras de sí.
-          Eso es, nadie no ha dicho nada – le apoyó July – ni siquiera tengo bañador.
-          ¿Cómo podéis ser tan retrasados? – Deuce se tiraba de los pelos – ¡Llevo diciéndoos durante toda la semana que la fiesta es en la playa y vosotros con la mierda de consola no os enteráis joder!

En ese momento una chica se acercó corriendo desde la hoguera hasta el coche. Llevaba un bikini de color verde con unos shorts de tela encima y una botella de Jack Daniels en la mano derecha. Tenía el pelo rubio platino con mechas rosas y los ojos color negro. Fue hasta ellos y se lanzó en un abrazo a July. La cual nunca terminaría de acostumbrarse a la efusividad de su amiga. Respondió al abrazo de Lydia no muy convencida.

-          Hola – dijo July -, la verdad es que no sabíamos que…
-          Shhh – le indicó ésta -. Da igual, ahora nos apañaremos pero primero ven que quiero hablarte de algo.

Lydia la cogió del brazo y la arrastró hasta un sitio más alejado, no sin antes saludar de la misma forma cariñosa a los tres chicos, que se quedaron descargando cosas y ayudando a llevar hamacas. Cuando estuvieron solas, Lydia le dio un bikini negro para que se lo pusiera y aprovechando la oscuridad de su escondinte se lo puso mientras su amiga empezaba a contarle lo que tanto había querido decirle antes.

-          He encontrado al chico perfecto para ti – le soltó de golpe, lo que casi provoca que July se caiga al suelo cuando intentaba ponerse la parte de abajo del bañador.
-          Ya hablamos de eso, tienes que dejar de intentar buscarme novio.
-          Pero es que este te va a encantar – July suspiró y Lydia siguió contando -. Se llama Max. Tiene un año menos que tú, pero de verdad de la buena que no lo aparenta para nada. Parece de la edad de Suzu por lo menos. Escribe un libro y su padre está forrado.
-          De verdad que no me interesa.
-          No me dirás eso cuando veas los ojazos que tiene.
-          No quiero a tu yogurín forrado con apariencia adulta.
-          ¿Es por Robbie?
-          ¿Robbie? ¿Qué dices? – preguntó July evitando mirarla a la cara.

¿Tanto se le notaba? Un segundo, ¿tenía que notarse algo? ¿No se había dicho ya que Robbie era solo un amigo? Otra vez se le venía a la mente el cuarto del chico. Las sábanas por todas partes. ¿Qué le pasaba? Se sonrojaba solo de pensarlo. ¿Desde cuándo le pasaba eso? ¿En serio le pasaba algo? Claro que sí, solo había que medirle el pulso. Pero hasta que había entrado en el cuarto del chico no le pasaba nada… ¿o sí?

-          No sé, parece que hay algo de tensión sexual entre vosotros desde eso…
-          No digas tonterías – contestó July sonrojada hasta la sorejas.
-          ¡Perfecto, entonces puedes conocer a Max!
-          ¡No, espera…!

Pero Lydia ya la estaba agarrando hacia la hoguera donde sus amigos ya se habían acomodado. Su amiga la llevó a uno de los extremos y un chico se levanto y empezó a ir hacia ellas. Era bastante alto, un poco menos que Robbie, pero más que July. Tenía la piel pálida y el pelo negro azabache, sin embargo no parecía teñido. A pesar de su palidez, era muy guapo. Tenía los ojos azules oscuros como zafiros y una media sonrisa que habría hecho caer a cualquier chica. Iba con una camiseta de tirantes negra que le favorecía mucho y un bañador de cuadros en distintos tonos de gris. Llevaba las manos en los bolsillos e iba descalzo.

Por un momento el pulso de July se paró y casi no notó que Lydia le ponía las manos en los hombros. Ese chico era tan interesante. July sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. ¿Pero qué le pasaba? Ni siquiera sabía lo que le pasaba con Robbie, para andar fijándose en otros chicos. Decidió que debería mantener la cabeza fría y así lo hizo. Pero el chico hizo algo que la cogió por sorpresa. Se acercó y le dio dos besos en las mejillas a la europea. Se sonrojó inevitablemente. Nadie allí hacía eso, ¿qué pretendía? El corazón le latía a un ritmo rápido. ¿Qué demonios tenía ese chico?

-          Hola, me llamo Max – fue lo único que dijo.

viernes, 29 de junio de 2012

July


Bueno, pues usando una de las bases
de Deviantart.com y el Paint
he podido hacer un dibujo sobre
cómo me imagino a mi  personaje
July, de Cuatro Billetes
Manchados de Sangre.
Espero que os guste, aquí os dejo
el link de mi página de Deviantart
y el link de la base que he usado
para que veáis cómo era la
base antes de usarla yo y
cómo dibujo a partir de eso.



miércoles, 27 de junio de 2012

Jace Wayland y el Halcón de Caza

-Había una vez un niño –comenzó Jace.
Clary le interrumpió inmediatamente.
-¿Un niño cazador de sombras?
-Por supuesto. –Por un momento, un sombrío tono divertido coloreó su voz; luego desapareció-. Cuando el niño tenía seis años, su padre le dio un halcón para que lo adiestrara. Los halcones son aves rapaces… que matan pájaros, le dijo su padre, son los cazadores de sombras del cielo.
Al halcón no le gustaba el niño, y al niño tampoco le gustaba él. Su pico afilado lo ponía nervioso, y sus ojos brillantes siempre parecían estarle vigilando. El ave le atacaba con el pico y las garras cada vez que se acercaba a él. Durante semanas, no dejaron de sangrarle las muñecas y las manos. Él no lo sabía, pero su padre había seleccionado un halcón que había vivido salvaje durante más de un año, y por lo tanto era casi imposible de domesticar. Pero el niño lo intentó, porque su padre le había dicho que hiciera que el halcón le obedeciera, y él quería complacer a su padre.
Permanecía junto al ave constantemente, hablándole para mantenerla despierta e incluso poniéndole música, porque se suponía que un ave cansada es más fácil de domar. Aprendió a manejar el equipo: las pihuelas, el capuchón, la caperuza, la lonja, la correa que sujetaba el halcón a su muñeca. Se suponía que debía mantener ciego al halcón, pero no tenía valor para hacerlo; en vez de eso intentó sentarse donde el pájaro pudiera verlo mientras le tocaba y le acariciaba las alas, deseando con todas sus fuerzas que aprendiera a confiar en él. Le daba de comer con la mano, y al principio el halcón se negó a comer. Más tarde comió con tanta ferocidad que el pico hirió al niño en la palma de la mano. Pero el niño estaba contento, porque era un progreso, y porque quería que el pájaro le conociese, incluso aunque el ave le dejara sin sangre para conseguirlo.
Empezó a ver que el halcón era hermoso, que sus alas delgadas estaban pensadas para la velocidad en el vuelo, que era fuerte y rápido, feroz y delicado. Cuando descendía hacia el suelo, se movía como la luz. Cuando aprendió a describir un círculo y posársele en la muñeca, él casi gritó de júbilo. A veces el ave saltaba a su hombro y ponía el pico en sus cabellos. Sabía que su halcón le quería, y cuando estuvo seguro de que no sólo estaba domesticado sino perfectamente domesticado, fue a su padre y le mostró lo que había hecho, esperando que se sentiría orgulloso.

Pero en vez de eso, su padre tomó al ave, ahora domesticada y confiada, en sus manos y le rompió el cuello. Te dije que hicieras que fuese obediente –le dijo su padre, y dejó caer el cuerpo sin vida del halcón al suelo-. Pero tú le has enseñado a quererte. Los halcones no existen para ser mascotas cariñosas: son feroces y salvajes, despiadados y crueles. Este pájaro no estaba domado; había perdido su identidad.
Más tarde, cuando su padre le dejó, el niño lloró sobre su mascota, hasta que finalmente el padre envió a un criado para que se llevara el cuerpo del ave y lo enterrara. El niño no volvió a llorar, y nunca olvidó lo que había aprendido: que amar es destruir, y que ser amado es ser destruido.

Cazadores de sombras: Ciudad de Hueso, Cassandra Clare

jueves, 21 de junio de 2012

Cuatro Billetes Manchados de Sangre


Apartamento 2ºB - Edificio de la Quinta Avenida de Brooklyn (por la tarde).
El apartamento entero estaba en silencio. Desde la pequeña cocina hasta la puerta de entrada, cruzando todo el salón, se amontonaban los desiguales restos de porquería en las esquinas y los rastros de comida se desperdigaban irregularmente sobre la alfombra. El cubo de basura esta lleno hasta los topes y alrededor descansaban varias botellas rotas de cristal que se habían salido al no caber, y que nadie había pensado recoger. En medio de la sala había un sillón largo y dos futones llenos de manchas y envejecidos por el tiempo, colocados en dirección a la televisión. La mesa redonda del salón estaba repleta de revistas y discos con música y películas, por no hablar de los cómics, de los cuales había tantos que resbalaban hasta el suelo, donde caían y hacían una nueva montaña.

Tirado en el sofá había un chico, de cabellos rubios claros, despeinados, pero acabados en una especie de cresta al principio de la frente. Robbie roncaba silenciosamente como solo saber hacer ciertos tipos de personas. Se sabía que dormía porque su espalda, solo tapada por una ligera camiseta de mangas rotas, se alzaba y descendía a un ritmo pausado e intermitente. Los vaqueros ajustados que llevaba se habían rajado por las rodillas y un poco al final, del rozamiento que hacían que los zapatos, los cuales no llevaba puestos, dejando ver unos calcetines sucios y con agujeros de los cuales salían los dedos de pie. Las botas del chico descansaban en el suelo, junto al sillón. Si por él fuera podría seguiría durmiendo eternamente… eternamente… eternamente…

-          ¡ARRIBA! – la voz tronadora era de Deuce, que entraba de prisa en el salón.

El chico parecía también acabar de despertarse, llevaba un despertador en la mano y caminaba frenéticamente por el pasillo que iba a las habitaciones, hasta su compañero del sofá. Tenía el pelo negro como el ébano y la piel solo un tono más claro que el chocolate con leche. Sus ojos ámbar estaban histéricos cuando llegaron hasta Robbie, que todavía dormitaba. Con una hábil patada, consiguió echar a su amigo del sofá, haciendo que se estrellara contra el suelo, produciendo un golpe sordo.

El rubio abrió los ojos súbitamente, de un color verde claro. Parecía perplejo, al principio un poco confuso. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba y qué año era, y cuando lo hizo, volvió a apoyar la cabeza en el suelo con la intención de continuar con su sueño. Eso provocó con Deuce se impacientara todavía más y volviera a golpearle violentamente con el pie, antes de seguir su carrera hasta la cocina, que comunicaba con el resto de la casa a través de un gran ventana y la puerta. Esta vez, Robbie sí que se levantó, pero cuando se puso en pie, se mareó y se sentó en el sillón.

Por el pasillo de las habitaciones aparecía una nueva figura. Andaba haciendo eses del sueño que tenía. July tenía unas ligeras ojeras y llevaba una camiseta tres tallas grande y la ropa interior. Su pelo, teñido entero de azul eléctrico con una sola mecha rosa en el flequillo, estaba despeinado y se le hacían algunos bucles en la parte de atrás. No era muy alta, pero como diría Suzu, ‘’tenía todo bien puesto’’. Llegó a la mesa redonda sin estamparse con nada y apoyó la cabeza en la superficie de cristal, esquivando los cómics.

-          ¿Qué hora es? – preguntó con un hilo de voz.
-          ¡Son las ocho de la tarde! – le gritó en contestación Deuce.
-          ¿Y qué pasa?
-          ¡Que tenemos la fiesta de Jack y su hermana!
-          ¡Oh, vamos – Robbie parecía enfadado – pero si es a las diez!
-          Tú no deberías hablar, ya que eres el que más tarde en arreglarse – le dijo July con una sonrisa de oreja a oreja.
-          Anda, calla – el chico le lanzó un cojín que ella cogió al vuelo con una carcajada.
-          ¿A qué esperáis? ¡A ducharos! – les apremió Deuce, yendo corriendo a su cuarto.
-          ¡Me pido en la ducha de Robbie! – July salió corriendo en dirección al cuarto del chico y entró por la puerta como una exhalación.
-          ¡Eh, que es mi ducha! – Robbie salió a su carrera, pero cuando llegó la chica ya estaba dentro del baño.
-          Venga, te prometo que no tardo mucho – se asomó por el marco de la puerta con una sonrisa traviesa – Además, ya estoy desnuda.
-          Vale, pero es la última vez – dijo el chico intentando ocultar su rubor.

July no había mentido respecto a su atuendo. Se metió en el cubículo de la ducha y espero a que se pusiera el agua caliente. Empezó a acordarse de la última vez que estuvo allí. Fue a la mañana siguiente de la noche en la que Robbie y ella… Que supiera, dentro del grupo había habido solo una vez un contacto carnal y fue esa. Ella solo tenía diecisiete años y Robbie veinte, pero nada como el alcohol para hacerte que caigas en la cama de alguien. Esa noche hacía ya dos años, pocos meses después de fundar el grupo, fue el escenario del crimen…


Apartamento 2ºB (habitación de Robbie) – Hace cerca de dos años (de madrugada).
Robbie cerró la puerta de golpe y la puso contra ella para seguir besándola atropelladamente. July agarró el final de la camiseta del chico y se la quitó en un hábil movimiento. Él hizo lo mismo con la suya. La cogió en volandas y la tumbó sobre la cama. July notaba el deseo en la venas y no se opuso cuando Robbie le sujetó las muñecas contra el colchón y empezó a besarla en el cuello. Se sentía como en una nube, igual  que él. De alguna forma, él encontró el broche de su ropa interior

July sentía un sudor frío por la espalda, sin embargo no quería que parase. Al rato ya no quedaba ropa que quitar y la cama estaba echa un revoltijo de sábanas y sudor. Los dos sentían el calor de la piel del otro, el roce, unas simples caricias les habían puesto como una moto y ya no había quien les detuviese. Ninguno pensaba, el alcohol y los cigarros actuaban por ellos. Llevados por la necesidad y el capricho, ninguno se iba a arrepentir de aquello jamás…


Apartamento 2ºB (habitación de Robbie) – ‘’Actualidad’’.
July salió del baño todavía con los recuerdos que había sacado del baúl. Vio a Robbie allí tirado en la cama, roncando silenciosamente. Volvía a estar dormido. Aprovechó esa oportunidad para vestirse sin que él se diera cuenta. Cuando ya se había calzado hasta las botas, volvió a mirarlo. Ese colchón guarda tantas cosas… Recordó por un momento furtivo la manera en la que él la tocaba, su tacto y su olor… Se estremeció e intentó apartar esos pensamientos de la cabeza.

Miró alrededor en busca de algo con lo que poder despertar a su amigo. Vio un pequeño casette en la estantería. Rápidamente metió el CD de Avenged Sevenfold, y lo colocó en la oreja de Robbie. Se alejó unos pasos y con el mando a distancia le dio al play. Los siguientes segundos los pasó deleitándose al ver cómo Robbie saltaba de la cama de un respingo y caía al suelo. Reía a carcajada suelta sin poder contenerse. Cuando su amigo fue consciente de lo que pasaba, la miró y dejó caer los hombros con una sonrisa cansada.

-          ¿Esa es tu forma de decirme que ya puedo ducharme? – preguntó con voz dulce.
-          Sí, y también te he cogido una camiseta ¿vale? – July sonreía claramente satisfecha.

El chico se fijó mejor en su ropa. Llevaba su camiseta de American Dad anudada a la cintura dejando ver su vientre plano y su tatuaje de la carita roja del video de Have a Nice Day de Bon Jovi. Llevaba unos shorts rotos vaqueros, como gastados de la lejía. Unas medias de rejillas de hacía aún más largas sus piernas y las botas militares con la plataforma de tres centímetros de tacos. El pelo lo llevaba recogido en una trenza desecha y la mecha del flequillo brillaba a la luz de atardecer que entraba por la ventana de la habitación. Se había puesto abundante maquillaje, ecepto en los labios, donde solo llevaba un ligero brillo color carne que le sentaba infinitamente mejor que si se los hubiera pintado de rojo pasión.

-          Arrebatadora – dijo Robbie con una sonrisa burlona.
-          Sí, ya te gustaría hincarme el diente, capullo – July se fue del cuarto con una carcajada.

Mientras caminaba por el pasillo, la chica se felicitaba por la decisión que había tomado de unirse al grupo. Recordó cuando les dijo a sus padres que se mudaba a la otra punta del país con tres chicos mayores que ella, cuando tenía solo diecisiete años. Ellos no conocían a esos tres figuras, pero se esperaban lo peor. Y, sí, era cierto que habían consumido sustancias prohibidas y se emborrachaban sin cortarse un pelo, pero se lo pasaban muchísimos mejor. También recordaba el día en que vio el anuncio de una audición de una guitarra-voz para un grupo de rock. Acudió al garaje que dictaba la cita y en seguida se llevaron genial. Pero si de verdad querían una oportunidad había que dejar Montana e irse a un sitio con mejores posibilidades. Algo como la gran Nueva York.

Pero Robbie era un caso a parte. A pesar de todo lo que había pasado, nunca se había planteado de verdad que hubiera algo entre ellos. Y no era por falta de ganas, pues el chico era guapo como él solo y encantador. Era el miedo a que pasara algo. Algo que pudiera ocasionar la separación del grupo. O que ellos se pelearan y no quisieran volver a verse, entonces ¿Qué harían? No podía hacerles eso al resto de chicos. Y además sabía que Robbie solo la veía como una amiga, una hermana pequeña o algo así. No, definitivamente no iba a estropear lo que ahora tenía, y esa era la misma la razón por la cual, nunca le diría que aquella noche en la que dejaron llevar era muy especial. Pues había sido su primera vez.

domingo, 10 de junio de 2012

Los Juegos Del Hambre FanFic 3


CAPITULO 3:

Me sacan del tren a rastras y entro por una puerta trasera de lo que parece un almacén. Cualquiera que me vea con estas pintas me saca una foto. Estoy nerviosa. ¿El desfile? ¿Ahora? Joder. Entro en el almacén y descubro allí a todos los tributos. Me llaman especialmente la atención los chicos del distrito 12, no van de mineros como todos los años, sino con un traje ceñido y una capa extraña. Los demás tributos van como todos los años.

Me dirijo hacia mi carro y me encuentro a Zatch. Va vestido con un esmoquin con las mangas arrancadas y en el pelo una cresta con un flequillo muy interesante. Lleva el pelo a juego con el mío, lleno de mechas y muñequeras de rejillas y tableros de ajedrez. También descansa apoyada en el carro una guitarra eléctrica como las de antes. No parece verme porque está muy ocupado estudiando los demás distritos y sus trajes. Entonces se gira y se me queda mirando un rato. Entonces suelta una carcajada.

-          ¿De qué te ríes tú? – le pregunto enfada subiéndome al carro.
-          Pensaba que nadie podría ir más ridículo que yo.
-          Pues a mi me gusta lo que han elegido para nosotros.
-          Al menos tu estilista no es un homosexual que se pasa más tiempo de la cuenta examinándote el cuerpo – dice con una mueca de trauma a lo que yo me río.
-          Mis estilistas son dos hermanas bipolares que son como el Yin y el Yang que una hace el trabajo que deshace lo que la otra hace.
-          ¡Zatch! – una voz aguda cruza la sala y cuando me giro veo a un hombre saludando efusivamente y lanzando besos.
-          El mío -dice Zatch intentando esconderse en el suelo del carro – es peor.

Me río, pero paro en seguida al llegar las hermanas y decirme que el desfile empezará de un momento a otro. Zatch vuelve a colocarse en el carro y yo me pongo a su lado. Las puertas empiezan a abrirse y siento unas mariposas epilépticas en mi estómago, que rebotan contra las paredes enloquecidas. ¿Por qué estoy tan nerviosa? Ni que fueran a fijarse en mi o algo. Miro al final del almacén y me fijo en el distrito 12. Ahora entiendo sus trajes. Parecen asustados cuando una mujer con una antorcha los prende de las capas y empiezan a arder. Es increíble. A su lado, los demás parecemos caquitas pinchadas con un palo. Me giro hacia Zatch y veo que me sonríe para darme ánimos. Me vuelvo al frente y pongo una mueca sarcástica, mi especialidad. Las mariposas se han clamado un poco al pensar en que solo se fijarán en los mineros.

Las enormes puertas empiezan a abrirse por fin y se ve un camino lleno de público hasta nuestro destino. Los primeros que salen son los del distrito 1 y así sucesivamente. Hasta que llega a nosotros. El trotar de los caballos casi hace caer a Zatch del carro, y me veo obligada a sujetarlo momentáneamente del brazo. Noto como se tensan sus músculos y después se relajan otra vez cuando se coloca de nuevo en equilibrio. Me lo agradece con una sonrisa y yo le lanzo una mirada divertida pero con el mensaje: <<la próxima vez te dejaré caer>>. Me da un codazo como venganza y yo me río pero estoy otra vez a punto de resbalar. Ahora él me sujeta y estalla en carcajadas, así que me veo obligada a devolvérsela.

En una de las veces, estoy a punto de caerme de verdad entre la risa de los dos y el público estalla en carcajadas. El público, por un segundo me había olvidado que estaban allí. Zatch parece darse cuenta también, pero también le da igual, porque sigue riéndose. Entonces caigo en que ya casi hemos terminado el recorrido. Cuando paramos, Zatch se baja y me ayuda a bajarme. Sospechoso. Aprovecho la ocasión y le pego una colleja. Salgo corriendo para que me no pille y me choco contra Zaisel, que nos lleva rápidamente a nuestro piso.

Una vez dentro se pone a gritarnos.

-          ¡¿Se puede saber qué leches estabais haciendo?! – se tira de los pelos.
-          Y parecía que pasaba de todo – digo yo por lo bajo a Zatch, y los dos nos reímos.
-          ¡Se suponía que teníais que parecer serios! – nos grita Bobby, que acaba de llegar con los otros estilistas.

Los dos nos quedamos con las caras bajas y expresión culpable unos segundos, mientras nos miran con ojos severos. Observo de reojo a Zatch y veo que se está esforzando por no reírse. Eso me hace debilitarme en mi defensa, pues se me escapa un ruido extraño cuando intento contenerme. Entonces me compañero explota y se pone a reírse a carcajadas, como estoy haciendo yo un segundo después. Soy consciente de que eso cabrea a Zaisel, pero no puedo evitarlo y sigo riendo, porque en los juegos del hambre no sabes si reír o llorar y yo he elegido reír. Mucho.

-          ¿Pero qué les pasa a esta gente? – dice Zaisel mientras se va y se escucha un portazo.

Eso me hace caerme al suelo de la risa y cuando se van los demás, Zatch sigue mis pasos. Pasado un rato nos vamos calmando.

-          Joder- dice secándose las lágrimas, que han hecho que se nos corra el maquillaje -. Que mierda es estar aquí.
-          No sé tu, pero yo no pienso perder en la arena – le suelto sin  venir a cuento.
-          ¿Estas dispuesta a matar a personas que no te han hecho nada? – dice tranquilamente, mientras se desabrocha los zapatos.
-          Solo tengo ganas de acabar con los del distrito 1, 2 y 4 – imito su gesto y me saco las botas.
-          Yo no mataré a nadie, te reirás de mí, pero no puedo – mira alrededor – y ahora estamos aquí sabiendo que alguno de los dos tendrá que acabar con el otro y sin alternativa posible.
-          Podríamos hacer una cosa – le digo con una sonrisa de diablillo – ya que es una de nuestras últimas noches y después no le importaremos a nadie, podríamos salir a dar una vuelta.
-          ¿Salir del edificio? – no parece muy seguro – Habrá guardianes de la paz en la entrada.
-          Se les puede despistar – me levanto y le ofrezco mi mano, pero duda un poco – vamos, no te vendrá mal un poco de adrenalina. Además no nos pueden hacer nada pues somos tributos y no van a buscar otros a estas alturas, soltarnos sería liberarnos – miro un momento a una enorme ventana que hace de pared -. Y mira la ciudad, pide a gritos ser explorada.

Me sonríe y acepta mi mano. Nos vamos corriendo aún descalzos al ascensor y pulso el botón que indica el piso 0. Por debajo están las plantas de entrenamiento, lo sé porque lo dicen todos los años en la tele. Ahora siento otra vez las mariposas. Pero son diferentes, estas son de las que te dicen que no debes tener miedo a lo que te espere fuera, pues cuando saltes el obstáculo podrás hacer lo que te venga en gana. Te dicen que eres imparable y se cuelan por tus venas cosquilleándote bajo la piel y obligándote a sonreír sin motivo.

Noto lo nervioso que está Zatch conforme nos acercamos al piso del vestíbulo. Y entonces llegamos, suena un sonido agudo y las puertas se abren, dando paso a un lujoso hall con mucha gente, parecen estar celebrando algo. Claro, los juegos. Agarro del brazo a mi compañero y nos agachamos hasta llegar a la puerta. Cuando salimos nadie nos ha visto y no nos verán, porque hemos pasado. Respiro el aire de la ciudad sintiéndome todo lo libre que podría sentirme teniendo en cuenta mi situación. Y a mi lado, el chico hace lo mismo.

-          ¿Y ahora qué? – me dice.
-          Déjate llevar.

Salgo corriendo calle abajo y él me sigue. En nuestro paseo vemos muchas cosas. Restaurantes para gente de alta costura, o sea, todos los habitantes del capitolio. Cines. Ferias de comida. Pases de moda en plena plaza. Incluso un colegio que parece más una discoteca que un centro de estudios, con razón la media del cociente intelectual de las personas del Capitolio. Todo súper fabuloso, chillón y brillante, a  veces cegadoramente. Lo vamos comentando todo y nos reímos con cada cosa que no nos cuadra, como que aquí, hasta los gatos callejeros tienen mechas de purpurina rosas.

Al final terminamos sentados en un callejón donde hay un sillón abandonado, que está perfectamente conservado. Miro al cielo y caigo en que no se ve ni una sola y triste estrella. ¿Cómo puede vivir esta gente sin estrellas? ¿Sin esos diminutos puntos de luz tan insignificantes en comparación en esta ciudad de cuento de hadas? Apenas puede distinguirse la luna entre tanta valla publicitaria iluminada y entre tanto cartel chorra. Y por un segundo de confusión, siento lástima de esta gente. Nunca vivirán la sensación de tumbarte en el campo una noche silenciosa a mirar el firmamento y con el olor a hierba descuidada rozándote la cara de vez en cuando. Ellos tendrán todo el lujo que quieran, pero van a vivir siempre con el problema de no darse cuenta de lo poco que importa eso.

-          Deberíamos volver ya – me dice Zatch, acariciándose los pies descalzos – tendríamos que dormir un poco.

Me gustaría decirle que aunque quisiera, no podría dormir. No podría en un momento así. No sé por qué este momento es tan especial, pero a mi me lo parece. Sin embargo asiento con la cabeza sin más y empezamos el camino de vuelta al hotel. Todo en silencio. Algo me dice que él también se ha dado cuenta de lo poco que es este sitio en realidad.

Llegamos a la puerta y nos colamos tan fácilmente como antes, pues siguen todavía festejando. Veo como algunos beben un licor extraño y después van al baño como yo después de comerme aquel estofado. Son tan poco conscientes de lo que tienen, que encima lo desperdician vomitando cuando están llenos para poder comer otra vez. Es tan horrible que acelero la marcha hacia el ascensor. Una vez dentro, vuelvo a pulsar el botón y subimos sin hablar. Llegamos a la planta y me dirijo ami cuarto, que está al lado del suyo.

-          Hasta mañana – digo mientras abro mi cuarto y lo veo sonreír ligeramente.
-          Gracias – dice un segundo antes de que pueda cerrar.

Me lanzo a la cama y pienso en todo lo que ha pasado hoy. Sé que no debería hacerme amiga de Zatch. Sé que no debería vacilar a Zaisel. Sé que no debería jugar en el desfile. Sé que no debería escaparme a las calles. Pero me da igual, porque tengo sueño. Me meto en la cama sin culpa y con hambre y no duermo. No puedo.

Entrenados Para Matar Capitulo 3


Después de dar el portazo con el que acabó la charla de convocatoria de la misión, Adri caminaba a paso rápido por el pasillo. Estaba furioso, no se podía creer que no fuer a salir, y es que, aun que no se lo hubiera dicho a nadie, se moría por salir de ese lugar. Después de ver tantas películas y tantos documentales. Tantas horas viendo como sería el mundo. Había soñado todo ese tiempo con el día que fueran a asignar la primera misión. Desde que oyó el anuncio de la reunión por megafonía, había sentido ese cosquilleo en las venas de la emoción. Había notado el sudor de sus manos y se había mordido el labio unas mil veces.

Por eso se derrumbó de esa forma cuando no dijeron su nombre. Se sintió tan ridiculizado… Pero sí habían cogido a Anastasia, a su Tani, su mejor amiga desde siempre. No podía evitar enfadarse, no era  culpa de su amiga, y él so sabía, pero en ese momento no había pensado racionalmente. Llegó a su cuarto y se echó sobre la cama tras cerrar la puerta. Pasaron cinco minutos en completo silencio hasta que por megafonía anunciaron la hora de comer. No pensaba levantarse ni para comer ni para cenar. Ya cogería algo de su reserva particular. No sabría decir cuanto tiempo pensaba quedarse en su cuarto, solo sabía que no quería ver a nadie.

Así pasaron las siguientes horas. Adri tocó un poco el bajo, alguna que otra canción de Linkin Park y Offspring. Estuvo dibujando, pero no le salía nada bien. Comió un par de bolsas de patatas y se bebió una coca cola. Todo ese tiempo estuvo pensando en Tani, en concretos momentos tuvo el impulso de ir a disculparse por todo, pero se acordaba de la misión y se le quitaban las ganas de salir. Al caer la noche, después de que dieran la señal de cenar, estaba tan enfadado consigo mismo por no aclararse que hasta le daba rabia su ropa, así que fue a ducharse. Cuando salió y estaba terminando de vestirse no se sentía mejor en absoluto. Se sentó en la cama y se quedó quieto, hasta que sonó el llamar a la puerta de su cuarto.

Abrió y se encontró a su mejor amiga con un albornoz y los cabellos mojados. Se ve que acababa de ducharse, y se le veía el pijama, por entre el cierre de la prenda. Anastasia tenía una expresión de tristeza y nervios que no podía con ella. Se la veía pequeña y desamparada, como la mirada de una niñita que acaba de descubrir que Santa Claus no existe. Con la cabeza alzada para mirar a su amigo, ya que le sacaba por lo menos treinta centímetros. Una sensación oprimió el pecho de Adri y le dieron unas ganas terribles de abrazas a su amiga. Iba a decir algo, pero ella le calló con el dedo.

-          No digas nada ¿vale? Déjame hablar a mí – Tani parecía nerviosa, a punto de sufrir un ataque -. Sé… sé que antes debería haberle dicho algo al jefe, si no lo hice fue por-porque apenas podía moverme del sitio. Y-yo solo quería que… - tenía los ojos húmedos y miraba al pecho de su amigo, para no tener que mirarlo a la cara -. Quiero que nuestra primera misión sea juntos y… y… - una densa lágrima le cayó por la mejilla -. Y sé que tienes todo el derecho del mundo a enfadarte pero… pero… por favor…

Adri ya no lo resistió más y cogió a su amiga y se estrechó con fuerza contra él. Tani emitió una exclamación ahogada al principio, pero luego le abrazó también, pasó los brazos por el cuello de su amigo y lloró silenciosamente en el ángulo del hombro del chico. Porque si Adri lo había pasado mal, Anastasia había llorado de impotencia, pero lo que Adriano no sabía era lo que ella sentía. Tani ya había aceptado hace mucho tiempo que estaba enamorada de él. Le encantaba todo en él, todo. Había creído morirse cuando la miró de esa manera tan fría. Pensó que ya lo había perdido y realmente quiso desfallecer. Ella tampoco había ido a comer en todo el día, y solo se había atrevido a salir para intentar arreglar las cosas.

Adri cogió a su amiga en brazos y la sentó en su cama. Él se arrodilló en frente y apoyó los brazos a ambos lados de las piernas de Tani. Ahora era él el que la miraba desde abajo. Sonreía tristemente y le secó una lágrima a su amiga, que estaba medio colorada con los ojos llorosos y el albornoz se le resbalaba del hombro. Adri se lo subió y empezó a hablar.

-          Quiero que te quites de la cabeza todo lo que me has dicho antes de acuerdo – Tani iba a protestar, pero él le hizo un gesto para que guardara silencio -. Me comporté como un capullo, me dejé llevar por mi enfado. Tú no tienes ninguna culpa, yo descargué mi enfado sobre ti si pensar, tú no te lo merecías en absoluto. Soy yo el que tiene que disculparse ¿de acuerdo? Y ahora, ¿me perdonarás por tratarte tan mal, a pesar de ser mi mejor amiga, y por algo que no era culpa tuya?

Tani se había quedado pasmada con lo que le decía su amigo. Había llegado allí pensando que era ella la que tenía que disculparse y ahora él decía eso. Asintió energéticamente con la cabeza y sonrió un poco, derramando una última lágrima. Su amigo también sonreía. Cada vez le gustaba más. Se lanzó contra Adri y él volvió a abrazarla con fuerza. Estar de esa manera entre sus brazos era como un paraíso y hacía que su corazón palpitara con muchísima fuerza. Cerró los ojos dejó que el pelo de su amigo le hiciera cosquillas en su cuello. Y ese olor… olía tan bien, olía como a canela y a menta, de la pasta de dientes. Tani se separó un momento de él y le dijo:

-          Una sola cosa más, Adri – tragó saliva -. La reunión es esta noche y quiero que vengas conmigo.
-          De acuerdo – el chico sonreía muy a su pesar, volvía a estrechar a su amiga y se dio un casi imperceptible beso en el cuello, que a Anastasia no le pasó inadvertido.